Palabras normales, para gente normal.

domingo, 24 de enero de 2010

Eso sos.

Sos la bella oruga que cayó sobre mi hombro un helado invierno. Caías de un reseco árbol, pesada, directo hacia el suelo, pero ahí apareció mi hombro, mi común y nada especial hombro. Antes de reposar sobre mí, rozaste mi cara. El roce fue cálido, dejando un suave aroma a resina en mi mejilla.

Una vez que estabas sobre mí, pequeña oruga, posada sobre mi camisa cuadrillé, no hiciste más que aferrarte, tal y como tu naturaleza te lo ordena. Podía sentir tu energía, podías nutrirte de la mía y yo de la tuya, en una armoniosa simbiosis. Eramos dos seres conectados, entes vagantes que no hacían más que caminar viendo caer las amarillas-naranjas-verdes-cafés hojas desde el cielo, y pisando los charcos que formaba la unión de la calle y de la vereda.

Pequeña oruga, el tiempo dictó que era hora de marchar de mi camisa, era hora de dejarse caer nuevamente, de aferrarse a nuevas sensaciones y a nuevos colores.

No creo ser capaz de conseguir un olor a resina como el tuyo. Sos mi oruga, sos la oruga con la que quiero emprender el vuelo, una vez que consigas tus alas.

Si es verdad que las mariposas viven un día, entonces quiero ser tu espectador el día entero.

sábado, 2 de enero de 2010

De labios fáciles

No me avergüenzo al decirlo, porque me caracterizo por ser sincero y transparente; el comentarlo ahora, no responde a nada más que a demostrar quien realmente soy.

Por mucho tiempo, no he sido más que el amor de una noche, pero no de cualquier noche, sino de aquéllas en las que puedes oler la promiscuidad, en las que al entrar al club, se erizan las pelos por las eléctricas miradas de la gente, y en donde todos no hacemos nada más que mordernos los labios, como acto de coquetería extrema.

Una vez dentro del club, en cosa de segundos, ya eres de otra persona. Así de sencillo es ser el amor de una noche. Basta un roce y una mirada.

Reconozco que no me molesta serlo, pero tampoco significa que quiero que así sea la vida entera.