Palabras normales, para gente normal.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Un día, decidí contarlo.

Un día, mi papá me dijo que fuera a un lugar lleno de gloria, a un lugar que me haría grande. La idea me asustó, nunca he sido una persona a la que desee estar en la cima o un gran luchador como para conseguir llegar a ella, así que deseché la idea, no quise pensar en como sería mi vida allí, era un lugar lejano. Mi padre en su afán de que pisara aquel lugar, me hostigo y me hizo llorar muchas veces, puesto que yo no quería enfrentar lo que al parecer sería mi destino. Mi destino... ¿destino?. "¿Cuál sería realmente mi destino?", me preguntaba. "¿Ese lugar realmente será esplendoroso, la tierra de los deseos? ¿Estoy preparado para cumplir mis sueños?". Preguntas, eso eran, sólo preguntas, ninguna respuesta.

Un día, me subí en mi corsel, blanco, brillante, como los de los cuentos. Mi padre y mi madre me armaron con una armadura tan reluciente como mi caballo y me bendicieron, para que llegara sano y salvo a mi destino. Con paso lento, mi corsel, cabalgó. Pisaba dudoso la desconocida ruta, con miedo a tropezar. Yo me agarraba firmemente a la montura, deseando no encontrar adversidades. Después de un largo viaje, llegué al lugar el cual mi padre con palabras llenas de prosperidad, me hablaba. Impactado miré al Palacio, metros y metros de conocimiento puro estaban a mis pies, podía olerlo, oírlo e incluso saborearlo. Vi como mi armadura relucía mucho más, lo que me dio muchas más ganas de entrar, aunque con pasos temerosos lo hice.

Un día, caminé por aquel palacio, ya sin miedo, con pasos firmes. Había conocido a un enorme ogro, quien me enseñó que no todo es lo que parece. Llevaba un tiempo junto a mí, con él recorríamos tan inmensa estructura de piedra, iluminábamos el camino con una débil linterna, con la cual apenas podíamos ver el camino, pero no importaba, puesto que la seguridad que ambos nos entregábamos, bastaba para dar pasos firmes y agigantados.

Un día, por suerte, se nos unió un gnomo que irradiaba una luz propia. Nosotros no teníamos aceite para nuestra linterna, así que nos unimos a él. Él, sin rechistar y con una gran sonrisa caritativa, accedió. Nos contó su vida con un optimismo y una sonrisa que nos hipnotizó. Así nos transformamos en compañeros de viaje.

Un día, nos encontramos con un duende rechoncho y misterioso; y con otro que caminaba haciendo notas musicales, nuestro viaje ya era monotono, así que inmediatamente aquellos oscuros y mohosos pasillos se tornaron coloridos. Comenzamos a viajar en corcheas. DoReMiFaSolLaSiDo... era la música que ambientaba al Palacio. El rechoncho armaba meticulósamente los pentagramas, el duende musical zapateaba sobre ellos, notas negras, silencios, blancas y fusas, y nosotros tres, los que sobrábamos, las desordenábamos y armábamos nuestra propia canción.

Un día, muchas sombras cubrieron nuestro viaje por el Palacio, con calma observamos, escondidos tras los arbustos. Eran hadas, con alas gigantes. Volaban sin parar, conversando y riendo. Nosotros queríamos alas, también, y ellos no dudaron en entregárnoslas, pero como su generosidad era aun más grande me regalaron mucho más: buenos sentimientos, un par de alas locas, sabiduría, alegría y cariño. "¡Corramos juntos!", gritamos al unisono. Y así lo hicimos.

Un día, miré el reloj, miré el calendario y miré el cielo, había pasado mucho tiempo, era hora de regresar. Al salir del Palacio, me subí al caballo, al cual se le doblaron las patas, no era capaz de soportar mis recuerdos, entonces, como era necesario volver a casa, tomé mis recuerdos de la mano y ya sin miedo, volví a mi hogar, con una armadura resistente y más blanca que antes.

Un día, agradecí a mis padres que me contaran mientras dormía, que existía un lugar como ese.

1 comentario:

Leoh dijo...

me carga ser el ogro en la metáfora, pero me encanta pertenecer a parte importante de la historia de tu vida